Una mazmorra de la Cartago
romana, allá por el año 202 d.C., debía de resultar bastante impresionante, y
más considerando que muchos de los confinados eran masacrados en espectáculos
sangrientos, a manos de gladiadores o atacados por las fieras.
En ese caldo de cultivo
característico del sutil al par que brutal ordenamiento jurídico romano, el
naciente cristianismo halló uno de los más eficaces sistemas de proselitismo
religioso: el banderín de enganche del sufrimiento entendido como punto de
partida de la eterna bienaventuranza. Las persecuciones no siempre tuvieron el
carácter sistemático que le atribuyen los textos tradicionales de la Iglesia,
de hecho, buena parte de los denominados martirios fueron provocados por las
propias víctimas. La ley estaba allí, aparejando la ejecución a la impiedad
hacia los dioses del imperio..., y no hace falta salir a cazar infractores
cuando se presentan por propia voluntad haciendo gala de su infracción.
Tal parece ser el caso de
las mártires Perpetua y Felicidad que conmemora hoy el catolicismo junto con
una serie de compañeros arrojados a las bestias durante el mismo espectáculo.
Es uno de los típicos tándem del primitivo cristianismo, la noble Perpetua y su
esclava Felicidad afrontan unidas la dureza de las leyes romanas, vinculadas
por sus ideas y sin importarles el abismo social que las separa. Y es que yerra
quien piense que puede haber algo nuevo bajo el sol..., y la transversalidad,
tan actual en nuestro tiempo, es un buen ejemplo de ello. Pero el caso de
Perpetua y Felicidad sería uno más entre tantos otros si no fuese porque, además
de buscar la muerte desde sus respectivos extremos sociales, concurre en ellas
un elemento distintivo: ambas son madres de bebés.
Bueno, en rigor sólo
Perpetua es madre en el momento de su detención, mientras que Felicidad está
embarazada a punto de salir de cuentas, por lo que no puede ser ejecutada según
las leyes romanas. La familia pagana de Perpetua le lleva diariamente al bebé
para que pueda amamantarlo, momentos que aprovecha su padre, el de Perpetua no
el del niño, tratar de hacerla entrar en razón, evitando la ejecución.
Felicidad da a luz durante el cautiverio, lo que le permite unirse a su dueña
en el martirio. Porque ambas madres quieren a sus hijos, pero ansían con más intensidad
la salvación eterna. Como esa frase de Shakespeare en que Bruto dice amar a
César, pero lo mata porque ama a Roma más. El niño de Perpetua queda en manos
de su noble familia..., lo más probable es que su padre lo mate -el
paterfamilias tiene derecho de vida y muerte sobre cuantos parientes están
sometidos a su autoridad-, para evitar más problemas de los que ya le está
creando su hija, mientras que la niña de Felicitas queda, según el relato, en
manos de unas mujeres cristianas..., cosa poco creíble, si consideramos que es
una propiedad más de la familia de Perpetua..., a ésta posiblemente la
venderían dado que su insignificancia social no puede ocasionarles problemas
jurídico-políticos. Son los años de la decadencia del poder tradicional de los
padres, pero sus derechos no están abolidos y pueden ejercerse en caso de
necesidad, sacrificando a uno para salvar al grupo. Claro que estos detalles no
los mencionan los principales comentaristas del martirio, entre los que destacan
Tertuliano y San Agustín.
Las jóvenes madres se
desembarazan de sus hijos y saltan resueltas a la arena en busca de la gloria
eterna. Cantan himnos, confortadas por sueños premonitorios que los ángeles les
han enviado, y son repetidamente embestidas por una vaca furiosa. Quedan
maltrechas y un gladiador acaba con ellas. Luego ya..., la leyenda para atraer a otros a más de lo mismo e ir consolidando el prestigio de la naciente religión.
Son episodios reiterados a
lo largo de la historia de las religiones. En la Córdoba medieval, cristianos
deseosos de llegar a cielo por la vía rápida llegarán a montar toda clase de
altercados callejeros para lograr que los árabes los quitasen de en medio.
Varían los métodos, se mantiene el objetivo de alcanzar la bienaventuranza a
costa de lo que sea.
En el Siglo de Oro, la
santa abulense que había intentado sin éxito ser martirizada en su juventud,
escribió aquella cumbre de la lírica castellana que dice "vivo sin vivir
en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero."
Nada nuevo bajo el sol en
la pulsión de muerte que inspira a las grandes religiones. Pulsión de muerte,
abandonar al propio hijo y hacerse matar en tiempos de Septimio Severo, pulsión
de muerte abandonar a los propios padres y suicidarse ocasionando una masacre
en tiempos de Barak Obama. El ansia de morir, el ansia de morir y matar que vive
en el entorno de los dioses..., o de los que esperan algo de ellos...,
pasaportes rápidos al delirio del premio soñado. Pulsión de muerte; sólo varía
el disfraz y el número de afectados en cada caso por la determinación del
alienado de turno. Eso y la consideración de santos o demonios según la época,
la creencia y el lugar.
Quien tenga interés en
conocer con más detalle la "pasión" de Perpetua, Felicidad y sus
compañeros de infortunio voluntario, puede hacerlo en "Pasión de las
Santas Perpetua y Felicidad", de Editorial Acantilado. Una magnífica
traducción de los textos antiguos y medievales, muy breves, no se me vaya a
desanimar nadie pensando en latines infumables, que además del relato de la
prisión y ejecución, recoge un testimonio de los últimos días de Perpetua
redactados según la tradición de su puño y letra.